martes, 15 de enero de 2013

Trasfondo Blood Bowl (Parte I)

Los Origenes del Blood Bowl

Todo empezó hace mucho, mucho tiempo en un viejo campo de batalla en algún lugar del Viejo Mundo. La batalla acabó en un terrible baño de sangre y los guerreros supervivientes se dejaron caer exhaustos bajo los buitres que volaban en círculos sobre el fétido campo de batalla, cubierto de las desparramadas entrañas de los muertos. La victoria se escapaba totalmente de las manos de uno u otro bando. Puesto que las tropas de ambos ejércitos estaban exhaustas, se proclamó una tregua mientras los caudillos de ambos bandos intentaban parlamentar.

Mientras los caudillos discutían, las tropas de a pie se tumbaron en el mismo lugar donde se encontraban, agradecidas por tener un descanso antes de continuar con la carnicería. Mungk, el líder de un pequeño destacamento orco, estaba sentado junto a su primer sargento, dedicándose a su afición preferida de aplastar pulgas a manotazos. Tras ganar la absorbente competición con un sonoro revés de su manaza, Mungk apartó de un empujón a su larguirucho subordinado. El Orco se reclinó preguntándose cuándo acabaría el estúpido parloteo entre los caudillos y podría reemprenderse la divertida actividad de masacrar enemigos. Observando el campo de batalla a su alrededor, el Orco se regocijó viendo los montones de cadáveres enanos esparcidos hasta donde llegaba la vista. Los enanos habían resistido desesperadamente en una depresión cóncava. Al sur de esta depresión se alzaba una extraña cúpula dorada, sin duda otra de las muchas edificaciones que aún quedaban en pie de una época remota mucho más apacible. Mungk recostaba su cabeza contra una de las paredes de esa cúpula en aquel momento.
Aburrido de chuparse los colmillos y motivado por un ensordecedor rugido de sus tripas, el Orco empezó a escarbar en la tierra húmeda con la esperanza de encontrar uno o dos jugosos gusanos a los que hincarles el diente. Las endurecidas garras de sus manos encontraron algo duro y liso. Intentó tirar de ello, pero el objeto no se movió. Intentó rasgar su superficie con las garras, pero no lo consiguió. Finalmente empujó hacia abajo. Algo pareció ceder, algo más chasqueó y finalmente un tercer algo dejó ir un gigantesco soplido de aire. Este tercer algo era la pared de la cúpula en la que el orco estaba apoyado. Del oscuro interior escapó un aire enrarecido y seco.

Mungk, que hubiera tenido un serio problema con su lavandería si en ese momento hubiese llevado ropa interior, contempló con ojos desorbitados la deslumbrante sala que se había abierto ante él en el interior de la extraña cúpula. Los muros de la sala estaban adornados con extrañas armaduras, el suelo estaba cubierto por peculiares mosaicos y en el centro de la sala, sobre un pedestal repleto de joyas, podía verse un enorme libro...

Una vez los caudillos de los dos gigantescos ejércitos fueron informados del sorprendente descubrimiento del Orco, decidieron aplazar las inútiles conversaciones y dedicar su tiempo al nuevo misterio. Como ninguno de los generales sabía leer, lo único que pudieron averiguar fue que la edificación era obviamente un antiguo templo. Inmediatamente se despacharon mensajeros con la orden de encontrar y traer a alguien con los conocimientos intelectuales necesarios para descifrar los secretos que debían esconderse en el templo. Finalmente, un Enano medio ciego llegó al templo diciendo que era un experto en todos los lenguajes, tanto arcanos como actuales. Con el libro colocado frente a sus anchas narices, el Enano se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y empezó a profundizar en los olvidados secretos de sus páginas.

Pasaron tres días, en los cuales el Enano apenas se movió de donde estaba sentado. Finalmente, se sintió preparado para presentar su dictamen. Se erigió un improvisado podio ante el templo y el individuo bajito subió a él para compartir sus hallazgos con la multitud concentrada ante el templo.

"Este libro", susurró el anciano erudito mientras sus ojos coronados por abundantes pestañas parpadeaban, "parece contener los textos religiosos de un grupo de guerreros seguidores del olvidado dios Nuffle. Los sumos sacerdotes de las diversas sectas fieles a esta deidad, denominados entrenadores, conducían a sus guerreros a grandes llanuras donde intentaban exterminarse unos a otros. Sin embargo, el propósito de todo ello no era la violencia por el mero hecho de la violencia, ¡no! ¡Se trataba de un ritual de enorme importancia religiosa!".

Un murmullo apenas contenido se levantó de la multitud mientras esta intentaba comprender un concepto tan absurdo. El Enano prosiguió: "Los guerreros empleaban una vesícula de cerdo inflada que debía llevarse o lanzarse de un extremo de la llanura al otro, intentando, em, anotar. La batalla duraba un tiempo preestablecido. Al final, la secta que hubiese anotado más puntos era declarada la vencedora. Aparentemente, no era obligatorio golpear a los guerreros adversarios, pero parece ser que los entrenadores animaban a sus guerreros a hacerlo tanto como pudiesen. El libro afirma, además, que el número sagrado de Nuffle era el once y que tan solo podía haber once guerreros de cada una de las dos sectas a la vez sobre el campo de batalla".

En este punto hubo un gran alboroto y confusión entre la masa de goblinoides al intentar todos quitarse las botas en un intento desesperado de enterarse de qué era el número "once". Esta situación provocó, como era de esperar, inmensas peleas cuando algún Goblin se dio cuenta de lo divertido que era quedarse con las botas puestas y darle pisotones a sus compañeros descalzos con los tacones. Ignorando los aullidos de dolor cada vez más generalizados, el Enano prosiguió.

"Esto no significa que las sectas, que también eran denominadas equipos, estuvieran compuestas únicamente por once guerreros. Los guerreros podían entrar y salir del campo de batalla como quisieran, siempre que no excedieran el número sagrado. ¡También estaba permitido golpear a los guerreros enemigos siempre que no se empleara ningún arma! Nuffle decía que el propio cuerpo es un arma y, aunque estaba permitido llevar armaduras, todas las armas estaban prohibidas dentro del campo de batalla. ¡También está escrito que el campo de batalla en el que se desarrollaban los combates era rectangular, en el interior de un terreno cóncavo!".

La mirada de todos los presentes recorrió, al oír esto, la zona del campo de batalla en la que estaban reunidos. En ella, numerosos escuadrones de buitres empachados hacían desafortunados intentos de echar a volar tras el festín.

"Me parece", continuó el Enano levantando la voz para recuperar la atención de los presentes, "que Nuffle ha observado el dilema en el que nos encontramos y está intentando ayudarnos. Sugiero que cada uno de los ejércitos elija entre sus filas a un equipo y que nuestras diferencias se resuelvan de esta forma". Un murmullo de asentimiento se alzó de entre la multitud y pronto se convirtió en un rugido de aprobación. ¡Tan solo el rincón en el que se encontraban los Goblins permaneció en silencio, ya que estaban entregados a la exploración de las recién descubiertas posibilidades del pisotón salvaje!

Y así fue como tuvo lugar el primer encuentro de Fútbol Americano de Nuffle (FAN), como pronto fue denominado. Se infló la vesícula de un cerdo, para gran consternación de este. Se entregaron las extrañas armaduras del templo a los guerreros elegidos de cada ejército. Los dos equipos se alinearon uno frente al otro, un "árbitro" chamán vestido con pieles de cebra para la ocasión sopló un silbato y el juego empezó.
El terreno de juego no estaba demasiado delimitado, no estaban marcadas las líneas y las reglas no estaban demasiado claras y ni tan solo hoy estamos seguros de quién fue el vencedor. Durante el partido la matanza fue considerable, pero todos los asistentes estuvieron de acuerdo al afirmar que se habían divertido muchísimo. La batalla fue olvidada y los contendientes regresaron a sus hogares con las emocionantes noticias. Pronto, cada una de las tribus empezó a preparar su propio equipo.

Fue mientras los que quedaron atrás limpiaban el campo de batalla cuando se descubrió que bajo el suelo había una extraña superficie verde, pocos centímetros por debajo del ensangrentado lodo. Se trataba de una superficie cruzada por extraños símbolos y líneas. La peculiar zona fue totalmente desenterrada. Los trabajadores quedaron sin habla, conscientes de la importancia de su hallazgo. Finalmente, el sagrado Gridiron del que se hablaba en el libro había salido a la luz. El vidente enano, que había tomado el nombre de Sagrado Comisionado Roze-El (un sacerdote de alto rango mencionado en el libro), ofreció una plegaria a Nuffle y empezó a organizar el primer encuentro de las sectas. Su mente bullía con planes para el futuro, planes que culminarían con las sectas más poderosas enfrentándose en una gran ofrenda física al poderoso dios; ¡la ofrenda ritual que se denominaría Blood Bowl!


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